Era un sitio muy lejano, lejano de todo, de la vida, de la muerte, de todo, y de nada, porque ese sitio era el vacío.
Ahí llegaba todo, y nada se iba, esa nada que invade al mundo cuando hay desasosiego, la nada que se dicen dos amantes enfadados, la nada de un beso vacio, la nada que invade al alma cuando muere la esperanza, la nada que queda tras un adiós. De ese lugar salían todas esas nadas, que eran la misma pero disfrazada, amoldada a cada ocasión… que terrible era esa nada.
Muchos intentaron destruirla, pero el poder de esa nada era mayor a todos los poderes del mundo, era invencible.
Hombres trataron de eliminar a la nada con el alcohol, con éter, con hojas, con hongos… con todo lo que encontraron en la naturaleza capaz de provocar sensaciones placenteras, pero la nada venció, y esos hombres murieron, o vivieron en sueños de falsa realidad, que es peor que haber muerto.
Otros trataron de matar a la nada con trivialidades filosóficas y ensayos sobre la existencia y la inexistencia, inventos de la imaginación, trataron de destruirla cuestionándola, pero la nada no sucumbió, siempre tenía la respuesta correcta, siempre sabía que responder y aunque trataron de ignorar sus respuestas, al final nada los venció, y vencidos como estaban, se unieron a ella tan intensamente que aún hoy son nada.
No faltó quien pretendió eliminar la nada llenándola de banalidades superfluas, basura brillante e inútil, se llevó la vida llenando la nada con tonterías de oro y plata, con colecciones absurdas y costosas, con poderes e influencias, en fin, con todo aquello que otorgaba categoría al portador; pero la nada supo aprovecharlo, y entre más la llenaban de esto, la nada crecía más y más, y entre mayor era, más poderosa se volvía, y más difícil era soportarla. Se dieron cuenta del poder que habían otorgado a la nada cuando al final de sus tiempos descubrieron que ellos mismos eran nada.
Un día un hombre se fijó en la nada, y pudo ver que en ella estaba el secreto de todo, descubrió que ella misma era todo, y que los que de ella huían, no buscaban sino a ella misma. Se dio cuenta de que el universo completo pertenece a nada, y que ella hace y deja hacer lo que a ella le place. El hombre era un campesino, inocente nacido en medio de las montañas, no conoció nunca un beso vacío ni el enfado de dos amantes, nunca hubo esperanza que muriera ni nada que atormentara su alma; él conoció a la nada un día, muy avanzada su vejez, cuando dijo el primer adiós. Su mujer fue para él todo, de allí que la nada se presentara en todo su esplendor el día que ella se perdió. Entonces el hombre quedó deslumbrado, nunca creyó que la nada (la cual no sabía que existía) pudiera poseer tan grande poder y tan grande influencia sobre el hombre. Intentó pelear con ella como ningún hombre lo hiciera antes, pues el no conocía las armas de los otros, ¿su vicio? Contemplar el atardecer cada día, no conocía mayor placer que mirar los ojos de su mujer y saberse amado… Lo más filosófico que conocía no tenía palabras, ni preguntas ni respuestas, y él no cuestionaba el mundo, que además, era su mayor riqueza: el aire en sus pulmones y la sangre en sus venas, eso era lo que le hacía poderoso por encima de todo… Entonces la nada supo que ese hombre no debía pelear, que era demasiado poderoso y demasiado importante para corromperlo con la derrota, supo, que muy dentro de su espíritu, ella era dueña de todo, que regía sus actos y sus ideas, y supo también que el hombre la conocía y la amaba, la aceptaba, aunque él ni siquiera lo supiera. Ambos descubrieron al otro y a sí mismos al mismo tiempo, y se dieron cuenta de que eran uno solo. Desde entonces, el hombre cuida de ella, pues ella ahora es el todo que un día perdió, y la nada supo que el poder de él era tan grande que no podría luchar nunca, y prefirió tomarlo, unirse a él (aunque ambos sabían que al final sólo quedaría ella) y hacer aún más grande el reino de vacío, ese sitio tan lejano de todo.
Así la nada aprendió como derrotar aún a los que no luchan, y supo que ella era el destino de todo y de todos y que el de sí misma, era ser verdadera. En esto meditaba aquella ocasión que paseaba por el vacío y chocó con la verdad… pero eso es aparte, aún ninguno de los pobladores del vacío ha podido explicarme que ocurrió cuando esas dos fuerzas convergieron, así que dejaré esa historia para otro tiempo, quizás, incluso para otra existencia… si es que la presente es real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario